Vivimos en un mundo eléctrico. Nuestras ciudades son visibles por la noche desde el espacio, con sus luces eléctricas brillando sobre la superficie oscura. La electricidad corre invisible en la oscuridad por las líneas eléctricas recorriendo enormes distancias. Para nosotros, la electricidad es ahora indispensable. Para la naturaleza es lo mismo, pues toda la materia es eléctrica.
La astronomía está atascada en la era de las nebulosas de gas y los agujeros negros, e incapaz de ver que las estrellas no son más que luces eléctricas unidas a lo largo de un tendido eléctrico cósmico, detectable a través de sus campos magnéticos y del ruido de radio. Se cumple ahora un siglo desde que el genio noruego Kristian Birkeland demostró que el fenómeno de las “luces del norte” o auroras boreales es en realidad una conexión terrestre con el Sol eléctrico. Más tarde, Hannes Alfvén, el físico sueco ganador de un premio Nobel, con conocimientos de ingeniería eléctrica y experiencia en las luces del norte, desarrolló el circuito solar. No es una coincidencia que científicos escandinavos lideraran las primeras investigaciones que terminarían por probar que vivimos en un Universo Eléctrico.